EL ARTISTA COMO PROPIETARIO
La Luz Buena - Arte de ocupación,
Agustín Roca, Buenos Aires, 23 de diciembre de 2018.
Registro: Fernando Pineda
En 1916, el edificio más alto del mundo era el Woolworth, en Manhattan, Nueva York. Estaba recién construido, es decir, que era conceptualmente un ready-made. Duchamp tuvo la intención de firmarlo, pero finalmente abandonó el proyecto.
Inspirado en esta idea nunca realizada, Silvio De Gracia decide llevarla a la práctica en un contexto completamente contrapuesto al original. En lugar de firmar un rascacielos en un entorno urbano, elige desplazar la operación sobre una casa en ruinas ubicada en un ambiente rural. Este ready-made reivindica el gesto duchampniano, pero a la vez lo subvierte. Desde el título mismo, El artista como propietario, se apuntala el concepto de desacralización en un doble sentido: por un lado, en tanto el artista se presenta como actualizador de una idea que no es propia; por el otro, al reclamar el título de propiedad sobre un inmueble que no es más que un despojo, una estructura destruida y sin valor aparente.
La acción funciona como cita, pero también como evidente burla o sarcasmo respecto al derecho de propiedad, uno de los presupuestos esenciales de la lógica capitalista.
Vestido con un traje, y munido de una escalera, adoptando la elegante personalidad de un propietario, el artista procede a firmar el frente de la casa.
La Luz Buena - Arte de ocupación,
Agustín Roca, Buenos Aires, 23 de diciembre de 2018.
Registro: Fernando Pineda
En 1916, el edificio más alto del mundo era el Woolworth, en Manhattan, Nueva York. Estaba recién construido, es decir, que era conceptualmente un ready-made. Duchamp tuvo la intención de firmarlo, pero finalmente abandonó el proyecto.
Inspirado en esta idea nunca realizada, Silvio De Gracia decide llevarla a la práctica en un contexto completamente contrapuesto al original. En lugar de firmar un rascacielos en un entorno urbano, elige desplazar la operación sobre una casa en ruinas ubicada en un ambiente rural. Este ready-made reivindica el gesto duchampniano, pero a la vez lo subvierte. Desde el título mismo, El artista como propietario, se apuntala el concepto de desacralización en un doble sentido: por un lado, en tanto el artista se presenta como actualizador de una idea que no es propia; por el otro, al reclamar el título de propiedad sobre un inmueble que no es más que un despojo, una estructura destruida y sin valor aparente.
La acción funciona como cita, pero también como evidente burla o sarcasmo respecto al derecho de propiedad, uno de los presupuestos esenciales de la lógica capitalista.
Vestido con un traje, y munido de una escalera, adoptando la elegante personalidad de un propietario, el artista procede a firmar el frente de la casa.