THE DEATH IS A TERRIBLE THING TO TASTE
NIPAF The 22nd Nippon International Performance Art Festival, Tokyo-Osaka-Nagano, Japón.
Osaka, 4 de febrero de 2017.
Tokyo, 31 de enero de 2017.
Fotos: León Gómez
Esta acción, realizada en Tokyo y en Osaka, gira en torno a la concepción cristiana de la muerte y a lo efímero de la naturaleza humana. El pez, que en la tradición cristiana simboliza a Cristo, es empleado en un ritual que cuestiona los condicionamientos que el cristianismo impone al hombre, fundamentalmente a través de la idea de la muerte como tránsito necesario hacia una vida ultraterrena. El artista manipula el pez-Cristo para aludir a las formas de alienación y sometimiento que el dogma religioso trafica en sus discursos: así, lo utiliza para cubrir sus ojos, lo mete en su boca hasta casi ahogarse y se azota el rostro. El rechazo a la esencia prohibitiva, inhibitoria y punitiva del dogma cristiano se consuma cuando el pez-Cristo es sepultado en sal. La introducción de este elemento simbólico, la sal, no es azarosa: en algunas culturas, incluida la japonesa, la sal es utilizada para alejar la presencia de la muerte o para proteger de los espíritus de los muertos. El artista concluye la acción arrojándose sal sobre sí mismo, en un doble ejercicio de rebeldía: por un lado, hacia la imaginería cristiana en torno a la muerte; por el otro, hacia su propia condición efímera.
NIPAF The 22nd Nippon International Performance Art Festival, Tokyo-Osaka-Nagano, Japón.
Osaka, 4 de febrero de 2017.
Tokyo, 31 de enero de 2017.
Fotos: León Gómez
Esta acción, realizada en Tokyo y en Osaka, gira en torno a la concepción cristiana de la muerte y a lo efímero de la naturaleza humana. El pez, que en la tradición cristiana simboliza a Cristo, es empleado en un ritual que cuestiona los condicionamientos que el cristianismo impone al hombre, fundamentalmente a través de la idea de la muerte como tránsito necesario hacia una vida ultraterrena. El artista manipula el pez-Cristo para aludir a las formas de alienación y sometimiento que el dogma religioso trafica en sus discursos: así, lo utiliza para cubrir sus ojos, lo mete en su boca hasta casi ahogarse y se azota el rostro. El rechazo a la esencia prohibitiva, inhibitoria y punitiva del dogma cristiano se consuma cuando el pez-Cristo es sepultado en sal. La introducción de este elemento simbólico, la sal, no es azarosa: en algunas culturas, incluida la japonesa, la sal es utilizada para alejar la presencia de la muerte o para proteger de los espíritus de los muertos. El artista concluye la acción arrojándose sal sobre sí mismo, en un doble ejercicio de rebeldía: por un lado, hacia la imaginería cristiana en torno a la muerte; por el otro, hacia su propia condición efímera.